Los cracks del fútbol dominan el estrés
{mb_sdlf_jugador_SDLF-jugador_frase-destacada}Pensar demasiado puede resultar fatal en el terreno de juego, donde conviene actuar de la forma más directa posible
En el fútbol una fracción de segundo puede ser decisiva. Perder este tiempo es suficiente para llegar tarde a un balón, dejar que el rival se anticipe o no tener ya ningún ángulo de disparo. Una fracción de segundo puede suponer la diferencia entre quitarle la pelota al contrario y cometer una falta, entre marcar un gol y lanzar la pelota al segundo anfiteatro. En el terreno de juego el tiempo es oro, y perderlo es el pecado original del fútbol. El verdadero crack no se toma pausas. Ni para pensar. Una vez en el campo no hay que reflexionar. Hay que actuar, entregarse al juego y poner el piloto automático.
Lo explica Manuel Jiménez, investigador del grupo sobre Tecnologías aplicadas a la Educación Física (Tecdnodef): “Tenemos dos rutas neuronales distintas para dar respuestas motoras a los desafíos que nos presenta una determinada situación, como puede ser un partido de fútbol. Por un lado está la vía del aprendizaje, que es más lenta, más imprecisa y requiere mucha práctica. Por el otro está la vía emocional, cuyas respuestas son más rápidas porque no son de tipo cognitivo. En este caso, el jugador no piensa en lo que va a hacer, sino que lo hace directamente”. Y con mejores resultados.
Pongamos el caso de un penalti. El futbolista sabe de antemano que lo tiene que lanzar. Por eso, tiene tiempo para pensar. Y para darle vueltas al asunto. ¿Mejor un disparo potente o uno ajustado al palo? ¿A ras de suelo o a la escuadra? ¿A la izquierda o a la derecha? Las preguntas son hijas de la duda, y dudar no es precisamente lo que más le conviene a un jugador que está a punto de lanzar un penalti. “En este caso”, señala Jiménez, “el futbolista está estresado y ya no utiliza la vía emocional, sino la ruta neuronal vinculada al área premotora, que es mucho más lenta y está más vinculada al aprendizaje conceptual que a la respuesta competitiva. El resultado es que tiene una mayor probabilidad de fallar el penalti“.
Dentro del terreno de juego no conviene pensar con la cabeza. Hay que pensar con los pies. Y estar metidos en el campo. No hay que abandonarlo con las ideas para luego volver a pisarlo. Para ser más efectivos y alcanzar el rendimiento máximo hace falta actuar allí mismo, de manera rápida y directa. Porque lo que mejor hacemos, lo hacemos sin darnos cuenta, como teorizaron Joseph O’Connor y John Seymour. Según los autores de ‘Introducción a la Programación Neurolingüística’, el nivel más alto del aprendizaje se alcanza con el “conocimiento inconsciente”. Es decir, cuando nuestras respuestas adaptativas se producen de forma automática, sin ninguna mediación conceptual.
El componente emocional
“En el aprendizaje, toda información nos llega a través del cerebro emocional, que se encarga de filtrar nuestras percepciones -como buenas, malas, etc.- antes de que lleguen al cerebro cognitivo, que es el que se encarga de hacer una evaluación de esas informaciones”, explica Jiménez. “En este sentido, las emociones juegan un papel fundamental en el deporte y, sobre todo, en el mundo del alto rendimiento, porque son la primera interpretación que el deportista hace de la situación en la que se encuentra”.
¿Pueden las emociones determinar el rendimiento de un jugador? ¿De qué manera? Para responder a estas preguntas, Jiménez y sus colaboradores de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) y del grupo Research in Sport Science de la Universidad de Málaga llevan años investigando. Miden las emociones de un futbolista antes de la competición y las comparan con su rendimiento en el campo. “Hacemos un análisis desde el punto de vista psicofisiológico, lo que incluye pruebas de ansiedad competitiva y percepción subjetiva, variables fisiológicas como la frecuencia cardiaca media, los niveles de hormonas como el cortisol o la testorena… Al final, se puede decir que estamos midiendo el estrés de un jugador y estudiando cómo condiciona negativamente sus actuaciones“.
En este proceso, es muy importante tener en cuenta las concentraciones de cortisol y testosterona. Ésta es el gran impulsor del vigor competitivo. Empuja el individuo a actuar de forma más emocional y a asumir más riesgos para alcanzar su meta. El cortisol , en cambio, impulsa a huir del depredador, a escapar ante el desafío. “En base a los ratios que existen entre estas hormonas podemos anticipar la respuesta de los jugadores en el campo”, explica Jiménez. “Si un futbolista tiene un mayor nivel de vigor competitivo que de ansiedad, estamos ante un deportista que va a afrontar su reto de forma proactiva. Por el contrario, si tiene niveles bajos de testosterona y muy altos de cortisol, su cuerpo nos está diciendo que la situación se le escapa de las manos, que se está enfrentando al desafío de forma pasivo-reactiva”. El estrés le obliga a pensar, le hace dudar. Y el rendimiento baja.
Jiménez y su equipo subrayan que los resultados de su investigación deberían tener repercusiones no sólo en el ámbito profesional, sino también en la formación futbolística. “Es muy importante que los padres entiendan que las respuestas anímicas de sus hijos son fundamentales tanto para su desarrollo académico y competitivo, como para su propio desarrollo personal. El entrenamiento físico y táctico sólo es tiempo perdido sin madurez emocional. Dejemos que nuestros hijos disfruten, porque si trabajan bajo presión acabarán fallando, igual que fallan Cristiano o Messi“.